jueves, 18 de agosto de 2016

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miércoles, 3 de agosto de 2016

Frente a la situación-país actual ¿es posible un nuevo horizonte? (Pedro Trigo, SJ)

Frente a la situación-país actual ¿es posible un nuevo horizonte? Pedro Trigo, SJ 21/07/16

 Instaurar un horizonte real y superador Muchísima gente se siente en medio de un túnel y no ve la salida. No ve, pues, horizonte. Porque el horizonte establecido no le parece ningún horizonte, porque no le ve ni sentido ni viabilidad. Las consignas son totalmente huecas y la realidad las desmiente; por eso el gobierno ha dejado de hacer propaganda: lo que diga se vuelve contra él. Hubo un horizonte, una convocatoria al pueblo a asumir el país, convocatoria que hizo el Presidente Chávez con su interlocución continua con el pueblo en el imaginario de la cultura popular; para mucha gente popular esa relación resultó tan inédita y satisfactoria que le pareció más importante que todo lo demás. Pero con el tiempo se desgastó. Como se desgastó antes el horizonte de la democracia que se inició el 23 de enero del 58, que fue la mejor experiencia de lo vivido como país; sobre todo las dos primeras décadas: el único tiempo en que élites y pueblo marcharon en la misma dirección ascendente. Las elecciones de diciembre del año pasado fueron equivalentes a las de diciembre del 98: en ninguna de ellas ganó el triunfador porque en ambos casos la gente votó salir de lo que había, porque le pareció que había colapsado, más que la propuesta ganadora. Por eso la necesidad de proponer muy expresamente un horizonte a cuya luz ver lo que pasa, es decir discernirlo y caminar. La propuesta de que lo que urge es salir de esto y luego se verá qué hacer no tiene sentido porque el modo de producción determina el producto. Si de lo que se trata es de salir de esto, lo que se está haciendo es “quítate tú para ponerme yo”. No hemos ganado nada. Así pues es preciso proponer un horizonte que, para que lo sea en verdad, no puede reducirse a eslóganes entusiasmadores sino que tiene que contener elementos analíticos consistentes y tienen que formar un conjunto orgánico; no pueden ser heterogéneos ni, menos aún, contradecirse entre sí. Horizonte que nos incluya y que no excluya a nadie El horizonte no puede reducirse a contenidos; tiene que incluir actitudes básicas, porque sin ellas los mejores horizontes no pasan de declaraciones de principios. Por eso lo primero que tenemos que proponer es un horizonte que nos incluya y que no excluya a nadie. Con esto decimos dos cosas: la primera, que el que lo propone no es un mero analista que trata de un tema que le interesa y por eso gasta tiempo en él, pero que no le incumbe personalmente. Es completamente distinto tratar un tema entendido como un objeto que está frente a uno y que uno analiza con relación de sujeto a objeto y en ese sentido es un tema objetivo u objetual, que tratar un tema del que forma parte el que lo trata. En este caso no es un tratamiento objetual: lo tratado no está frente a él sino que lo abarca a él mismo. Está tratando de sí mismo. Aunque hable de Venezuela, en tercera persona, en realidad está hablando en primera persona de plural. Si habla de él mismo y quiere hablar analíticamente, tiene que tener mucho cuidado de no proyectarse, de no hablar desde sus filias y fobias sino desde una percepción adecuada de la realidad y para eso desde una actitud perceptiva. Ahora bien, si cada persona tiene una ubicación precisa, ¿puede prescindir de esa ubicación o, al menos, puede lograr que ella no lo determine? O, viéndolo desde otro punto de vista, ¿existe una ubicación que haga justicia a la realidad? Dicho de otra manera ¿existe alguna persona que pueda contemplar la realidad simultáneamente desde todos los ángulos, haciéndola justicia? Para nosotros esa persona es Dios. Pero Dios no hace justicia a la realidad por su ubicuidad sino porque la ve desde más adentro que ella misma, desde su relación trascendente de amor que la funda y que posibilita que la realidad dé de sí. Esto significa que en cuanto uno vea la realidad, no desde fuera sino desde dentro, pero no para poseerla ni para aprovecharse de ella sino para que dé de sí, porque quiere su bien, porque la quiere, sí puede verla como es, porque el amor verdadero sólo puede actuar en la realidad y por eso capacita para verla. Por eso nuestra primera pregunta es sobre nuestro compromiso respecto de Venezuela: ¿nos comprometemos con ella hasta echar la suerte con ella? ¿Nos comprometemos con nuestros intereses y nuestro proyecto o con el país concreto, y nuestro proyecto es sólo para el bien del país y en ese sentido lo queremos sólo tanto cuanto lo ayude? Echar la suerte con el país es ligarnos a él pase lo que pase, en las buenas y en las malas y por eso hoy es quedarse en el país, que no implica sólo no irse sino también no encerrarse en su mundo de vida, en su torre de marfil, sino vivir abierto a los demás y buscando denodadamente una salida. Si queremos el bien del país y no de la nación o de la patria, entonces no excluimos a nadie, porque en el país hacemos vida todos y no sobra nadie. En cambio, si apostamos por la nación, apostamos por sus instituciones y si apostamos por la patria, apostamos por una idea del país en la que no cabemos todos. Vamos a ilustrarlo con dos ideas de patria: Para Bolívar los ciudadanos activos eran los españoles americanos, ellos eran los padres y la patria era la tierra de estos padres. Los indígenas, negros y castas eran ciudadanos pasivos. Para Chávez el 12 de octubre es el día de la resistencia indígena y por eso derribó a Colón y puso a Guaicaipuro. Sólo si apostamos por el país concreto, apostamos por todos y queremos que vivan, que vivamos, en igualdad de condiciones. Rehabilitación del daño antropológico Si en el país no sobra nadie, tenemos que incluir la rehabilitación de los que de un modo u otro han dejado de lado su dignidad y han atentado contra la convivencia. Nos referimos a los que han matado o herido o secuestrado o extorsionado o robado o hurtado o de un modo u otro se han apropiado de los dineros públicos o de los que venden muchísimo más caro que lo que compraron o también a los que calumnian y denigran sistemáticamente a otros, por ejemplo a sus enemigos políticos, a los que los excluyen de su corazón y de la convivencia, a los que estando en funciones de gobierno niegan un servicio a quien tiene derecho por no ser de los suyos o da lo que no le corresponde a otro por ser del mismo grupo… Demasiada gente vive aprovechándose de la situación para su provecho privado indebidamente. Echando a la baja, superan el millón de compatriotas nuestros. Si echamos la suerte con el país, ellos también son del país. Si los excluimos, también nosotros formamos parte del problema y no de la solución. También nosotros necesitamos rehabilitación. Podemos estar legítimamente en contra de sus actuaciones e incluso tenemos que adversarlas; pero no podemos excluir a las personas. La razón más elemental para no excluirlas es que si las excluimos el país no es viable. Si para nosotros su único lugar es la cárcel, ¿habrá cárceles para más de un millón de personas? Pero además, ¿quiénes van a dictar esa pena, si la mayoría de los jueces necesitan ser rehabilitados? ¿Quiénes los van a apresar, si la mayoría de los policías necesitan ser rehabilitados? ¿Qué carceleros los van a custodiar, si casi todos necesitan rehabilitación? ¿No caemos en cuenta que la justicia legal es inaplicable en la situación de deterioro estructural en que nos encontramos? Lo que sí hay que conseguir a como dé lugar es que se acabe la impunidad, que los responsables de los delitos que se comentan de ahora en adelante tienen que pagar por ellos. Incluso hay que convenir en que hay que dar castigos ejemplarizantes a los peces gordos que se aprovecharon de la situación, sobre todo despojándolos de lo mal habido. Pero, dada la enormidad de la prevaricación, para la generalidad hay que practicar otro tipo de justicia. Esto desde el punto de vista cristiano es muy claro. Jesús es el sí de Dios: en él Dios nos ha dicho que sí incondicionalmente. La consecuencia es que la justicia de Dios manifestada en Jesús es justificación, no justificación de lo injustificable sino justificación del pecador, que incluye reconocimiento de su pecado y rehabilitación para que no lo vuelva a hacer. Esto es costoso y doloroso, tanto para el prevaricador como para el que busca su rehabilitación. Pero no se puede ahorrar ese trabajo y ese dolor, si se quiere una alternativa realmente superadora. La pregunta es si lo incluimos en nuestra agenda, tanto personal como política. Actitud perceptiva Sólo desde esta opción básica podremos colocarnos en una actitud perceptiva, hacer silencio de nuestras filias y fobias, y permitir que la realidad se vaya manifestando desde ella misma en toda su complejidad y sólo entonces la veremos como es desde sí, sin exaltaciones ni descalificaciones personales, aunque veamos procederes que quitan vida y humanidad y otros que dan vida y humanizan. Todo horizonte tiene que basarse en esta percepción de la realidad lo más completa posible. Tenemos que hacer el esfuerzo de percibirla así. No podemos ahorrarnos este esfuerzo. Discernimiento de la situación Desde esta percepción viene su discernimiento: ¿qué en ella, en su variedad irreductible, es buen conductor de vida y humanidad y qué, de un modo u otro, quita vida y humanidad? En este discernimiento tenemos que tener en cuenta que no podemos desechar a nadie, aunque sus acciones nos indignen. Haciendo este ejercicio de discernimiento hallamos que vivimos en una situación de pecado por la convergencia de tres variables estructurales: la primera es la falta de elementos esenciales para vivir: comida, medicinas, seguridad básica. La consecuencia es que la vida está en peligro por inanición, por enfermedades de pobres y falta de asistencia médica y a causa de la violencia que acecha por todas partes. Esto provoca angustia. Este peligro de muerte configura una situación por la desatención a las causas que lo originan y por la impunidad. Esto provoca a la vez desánimo e indignación. La segunda variable es la falta de trabajo productivo con la consiguiente falta de producción y la imposibilidad de importarlo todo. La falta de trabajo productivo tiene dos efectos, uno, el más vivible, que no hay productos esenciales; el otro, que afecta directamente a la calidad humana de las personas, que se las priva de una fuente fundamental de humanización, ya que el trabajo valoriza a la persona, además de que la abre a las demás y la hace socialmente útil. La falta de trabajo productivo configura una situación porque Chávez dictaminó que el socialismo del siglo XXI era rentista porque la renta petrolera daba para que tendencialmente no hiciera falta explotar a nadie y el problema consistía en la redistribución. No cayó en cuenta no sólo de que la renta no da para todos sino, sobre todo, de que los rentistas no son personas adultas y responsables. La tercera variable es la opacidad del Estado que no sólo torna no democrático al Estado, ya que la primera característica de la democracia es la responsabilidad del Estado ante los ciudadanos y más específicamente ante los usuarios, sino que propicia la ineficiencia ya que la actitud rentista lleva a desviar el desempeño de los funcionarios de sus funciones específicas a labores de apoyo al gobierno, y además es el caldo de cultivo de la corrupción porque se sabe que nada se va a saber y que todo va a quedar impune. Y, en efecto, el gobierno y más generalmente el Estado casi no funciona y casi todo ha quedado impune. Y por ambas razones nada se remedia. Por quiénes pasa Dios creando vida y humanidad Sin embargo, aunque una situación de pecado empuja al mal y hace muy difícil cultivar la vida y el bien, no determina ningún comportamiento. Muchas personas, pensamos que la mayoría, no participan de esta situación de pecado, configurándola o aprovechándose de ella, sino que la sufren. Por eso después de haber caracterizado estructuralmente la situación, tenemos que preguntarnos por dónde pasa Dios victoriosamente en nuestro país. Dios quiere pasar por todos, pero siempre cuenta con nuestra libertad. Por eso la pregunta es por los que permiten que Dios obre por ellos creando vida y humanidad, a pesar de vivir a contracorriente. Contestar a esta pregunta es decisivo porque, si no tenemos nada positivo, no es razonable hablar de esperanza. Por eso los que no hacen sino maldecir de la situación acaban formando parte de ella porque viven en ella, aunque sea maldiciéndola. Nosotros respondemos que Dios pasa por los que en situaciones dificilísimas conservan su dignidad y la actúan. Dios pasa por los que viven alternativamente ya. Dios pasa por aquellos de la clase media asalariada que se ha proletarizado y por aquellos de la clase popular que se ha pauperizado y que, a pesar de sobrevivir a duras penas, dan lo mejor de sí en su trabajo porque saben que el servicio que prestan es mucho más necesario que en una situación de normalidad. Dios pasa por los productores, pequeños, medianos y grandes que, faltando insumos y estímulos, producen más y mejor porque son conscientes de que los bienes y servicios que producen escasean y son necesarios. Dios pasa por los que han aprovechado espacios para salir de su mundo de privilegio y experimentar la realidad de los pobres y desde ella desnaturalizan su procedencia y optan por una vida solidaria. Dios pasa por los que denuncian esta situación como de pecado y además proponen alternativas superadoras. Dios pasa por los que promueven un gobierno de concertación nacional que saque el país adelante. De esta lista sumarísima podemos concluir que Dios pasa por muchísima gente en nuestro país, de tal manera que estas personas que reman tan arduamente a contracorriente se han humanizado muchísimo más que si viviéramos en una situación normal, en la que no habrían necesitado dar lo mejor de sí y superarse a sí mismas. Ellas son los cimientos para una alternativa superadora. Nos hace mucho bien mirarlas y es una gracia muy grande contarlas en nuestro grupo de referencia, y todavía más, pertenecer a ellas. Horizonte básico alternativo y acuerdo en que converjamos todos Queremos tematizar la importancia que tiene un gobierno de concertación nacional o al menos un gran acuerdo, un horizonte básico alternativo que se comprometan a respetar todas las partes. La razón de fondo es que, como hemos comenzado diciendo, en el país no sobra nadie. Pero una razón, que podemos llamar de realismo craso, es que así como el gobierno actual no está gobernando porque está dedicando casi todas su energías en combatir a los que considera sus enemigos, así, si hay referendo revocatorio y lo gana la oposición y si hay elecciones y también las gana, va a tener que emplear muchísimas energías en combatir a los chavistas en la oposición. Si no hay acuerdos básicos pactados por todos y que todos respeten, no vamos a salir del hoyo. Por tanto ese horizonte alternativo, que tiene que ser una superación dialéctica de las fuerzas en liza, en el sentido preciso de que tiene que incluir sus positividades y negar sus negatividades, tiene que ser también el gran acuerdo en que convengan todos. Éstos serían los puntos básicos para una agenda de diálogo para la concertación: Democracia representativa y responsable (no democracia directa ni predominio de la participación sobre la representación, pero sí representación auténtica) Descentralización participativa (no descentralización para que manden los poderes fácticos locales) Reinstitucionalización, meritocracia en todas la áreas del Estado, oposiciones y carrera administrativa en base al desempeño (no dar cargos como modo de premiar a sus militantes) Separación efectiva de poderes, con jueces y miembros del Consejo Nacional Electoral independientes, íntegros y capaces (no repartirse los cargos según la proporción de votos obtenidos) Educación, salud y seguridad social a la altura del tiempo (no educación ideologizada y partidizada, ni salud atomizada en misiones, ni seguridad social como premio a los suyos); Fin de la impunidad (no policías y jueces empleados partidísticamente sino altamente profesionalizados y moralizados) Apoyo a la empresa privada productiva con función social (no guerra a la empresa privada ni apoyo a las empresas gobiernistas; ni tampoco libre empresa ocupada sólo en optimizar sus ganancias sino con responsabilidad social, que no equivale a propaganda corporativa) Empresas básicas del Estado, con productividad (no del gobierno ni como modo de clientelismo, pero tampoco privatizadas) Unificación cambiaria al cambio real (de manera que no se favorezca a la empresa privada sino que haya competitividad, ni al gobierno a quien le entran la mayor parte de la divisas) Colocar en el centro al pueblo como sujeto consciente, en vías de capacitación continua y organizado (no hacerlo todo en nombre del pueblo utilizándolo partidísticamente y en el fondo como cliente ni, por otro lado, tratarlo como mero ciudadano: discriminación positiva para contrarrestar la discriminación negativa) Éstas serían a nuestro modo de entender las actitudes básicas y los elementos mínimos de un horizonte superador realmente alternativo.

Frente a la situación-país actual ¿es posible un nuevo horizonte? (Pedro Trigo, SJ)

Frente a la situación-país actual ¿es posible un nuevo horizonte? Pedro Trigo, SJ 21/07/16 Instaurar un horizonte real y superador Muchísima gente se siente en medio de un túnel y no ve la salida. No ve, pues, horizonte. Porque el horizonte establecido no le parece ningún horizonte, porque no le ve ni sentido ni viabilidad. Las consignas son totalmente huecas y la realidad las desmiente; por eso el gobierno ha dejado de hacer propaganda: lo que diga se vuelve contra él. Hubo un horizonte, una convocatoria al pueblo a asumir el país, convocatoria que hizo el Presidente Chávez con su interlocución continua con el pueblo en el imaginario de la cultura popular; para mucha gente popular esa relación resultó tan inédita y satisfactoria que le pareció más importante que todo lo demás. Pero con el tiempo se desgastó. Como se desgastó antes el horizonte de la democracia que se inició el 23 de enero del 58, que fue la mejor experiencia de lo vivido como país; sobre todo las dos primeras décadas: el único tiempo en que élites y pueblo marcharon en la misma dirección ascendente. Las elecciones de diciembre del año pasado fueron equivalentes a las de diciembre del 98: en ninguna de ellas ganó el triunfador porque en ambos casos la gente votó salir de lo que había, porque le pareció que había colapsado, más que la propuesta ganadora. Por eso la necesidad de proponer muy expresamente un horizonte a cuya luz ver lo que pasa, es decir discernirlo y caminar. La propuesta de que lo que urge es salir de esto y luego se verá qué hacer no tiene sentido porque el modo de producción determina el producto. Si de lo que se trata es de salir de esto, lo que se está haciendo es “quítate tú para ponerme yo”. No hemos ganado nada. Así pues es preciso proponer un horizonte que, para que lo sea en verdad, no puede reducirse a eslóganes entusiasmadores sino que tiene que contener elementos analíticos consistentes y tienen que formar un conjunto orgánico; no pueden ser heterogéneos ni, menos aún, contradecirse entre sí. Horizonte que nos incluya y que no excluya a nadie El horizonte no puede reducirse a contenidos; tiene que incluir actitudes básicas, porque sin ellas los mejores horizontes no pasan de declaraciones de principios. Por eso lo primero que tenemos que proponer es un horizonte que nos incluya y que no excluya a nadie. Con esto decimos dos cosas: la primera, que el que lo propone no es un mero analista que trata de un tema que le interesa y por eso gasta tiempo en él, pero que no le incumbe personalmente. Es completamente distinto tratar un tema entendido como un objeto que está frente a uno y que uno analiza con relación de sujeto a objeto y en ese sentido es un tema objetivo u objetual, que tratar un tema del que forma parte el que lo trata. En este caso no es un tratamiento objetual: lo tratado no está frente a él sino que lo abarca a él mismo. Está tratando de sí mismo. Aunque hable de Venezuela, en tercera persona, en realidad está hablando en primera persona de plural. Si habla de él mismo y quiere hablar analíticamente, tiene que tener mucho cuidado de no proyectarse, de no hablar desde sus filias y fobias sino desde una percepción adecuada de la realidad y para eso desde una actitud perceptiva. Ahora bien, si cada persona tiene una ubicación precisa, ¿puede prescindir de esa ubicación o, al menos, puede lograr que ella no lo determine? O, viéndolo desde otro punto de vista, ¿existe una ubicación que haga justicia a la realidad? Dicho de otra manera ¿existe alguna persona que pueda contemplar la realidad simultáneamente desde todos los ángulos, haciéndola justicia? Para nosotros esa persona es Dios. Pero Dios no hace justicia a la realidad por su ubicuidad sino porque la ve desde más adentro que ella misma, desde su relación trascendente de amor que la funda y que posibilita que la realidad dé de sí. Esto significa que en cuanto uno vea la realidad, no desde fuera sino desde dentro, pero no para poseerla ni para aprovecharse de ella sino para que dé de sí, porque quiere su bien, porque la quiere, sí puede verla como es, porque el amor verdadero sólo puede actuar en la realidad y por eso capacita para verla. Por eso nuestra primera pregunta es sobre nuestro compromiso respecto de Venezuela: ¿nos comprometemos con ella hasta echar la suerte con ella? ¿Nos comprometemos con nuestros intereses y nuestro proyecto o con el país concreto, y nuestro proyecto es sólo para el bien del país y en ese sentido lo queremos sólo tanto cuanto lo ayude? Echar la suerte con el país es ligarnos a él pase lo que pase, en las buenas y en las malas y por eso hoy es quedarse en el país, que no implica sólo no irse sino también no encerrarse en su mundo de vida, en su torre de marfil, sino vivir abierto a los demás y buscando denodadamente una salida. Si queremos el bien del país y no de la nación o de la patria, entonces no excluimos a nadie, porque en el país hacemos vida todos y no sobra nadie. En cambio, si apostamos por la nación, apostamos por sus instituciones y si apostamos por la patria, apostamos por una idea del país en la que no cabemos todos. Vamos a ilustrarlo con dos ideas de patria: Para Bolívar los ciudadanos activos eran los españoles americanos, ellos eran los padres y la patria era la tierra de estos padres. Los indígenas, negros y castas eran ciudadanos pasivos. Para Chávez el 12 de octubre es el día de la resistencia indígena y por eso derribó a Colón y puso a Guaicaipuro. Sólo si apostamos por el país concreto, apostamos por todos y queremos que vivan, que vivamos, en igualdad de condiciones. Rehabilitación del daño antropológico Si en el país no sobra nadie, tenemos que incluir la rehabilitación de los que de un modo u otro han dejado de lado su dignidad y han atentado contra la convivencia. Nos referimos a los que han matado o herido o secuestrado o extorsionado o robado o hurtado o de un modo u otro se han apropiado de los dineros públicos o de los que venden muchísimo más caro que lo que compraron o también a los que calumnian y denigran sistemáticamente a otros, por ejemplo a sus enemigos políticos, a los que los excluyen de su corazón y de la convivencia, a los que estando en funciones de gobierno niegan un servicio a quien tiene derecho por no ser de los suyos o da lo que no le corresponde a otro por ser del mismo grupo… Demasiada gente vive aprovechándose de la situación para su provecho privado indebidamente. Echando a la baja, superan el millón de compatriotas nuestros. Si echamos la suerte con el país, ellos también son del país. Si los excluimos, también nosotros formamos parte del problema y no de la solución. También nosotros necesitamos rehabilitación. Podemos estar legítimamente en contra de sus actuaciones e incluso tenemos que adversarlas; pero no podemos excluir a las personas. La razón más elemental para no excluirlas es que si las excluimos el país no es viable. Si para nosotros su único lugar es la cárcel, ¿habrá cárceles para más de un millón de personas? Pero además, ¿quiénes van a dictar esa pena, si la mayoría de los jueces necesitan ser rehabilitados? ¿Quiénes los van a apresar, si la mayoría de los policías necesitan ser rehabilitados? ¿Qué carceleros los van a custodiar, si casi todos necesitan rehabilitación? ¿No caemos en cuenta que la justicia legal es inaplicable en la situación de deterioro estructural en que nos encontramos? Lo que sí hay que conseguir a como dé lugar es que se acabe la impunidad, que los responsables de los delitos que se comentan de ahora en adelante tienen que pagar por ellos. Incluso hay que convenir en que hay que dar castigos ejemplarizantes a los peces gordos que se aprovecharon de la situación, sobre todo despojándolos de lo mal habido. Pero, dada la enormidad de la prevaricación, para la generalidad hay que practicar otro tipo de justicia. Esto desde el punto de vista cristiano es muy claro. Jesús es el sí de Dios: en él Dios nos ha dicho que sí incondicionalmente. La consecuencia es que la justicia de Dios manifestada en Jesús es justificación, no justificación de lo injustificable sino justificación del pecador, que incluye reconocimiento de su pecado y rehabilitación para que no lo vuelva a hacer. Esto es costoso y doloroso, tanto para el prevaricador como para el que busca su rehabilitación. Pero no se puede ahorrar ese trabajo y ese dolor, si se quiere una alternativa realmente superadora. La pregunta es si lo incluimos en nuestra agenda, tanto personal como política. Actitud perceptiva Sólo desde esta opción básica podremos colocarnos en una actitud perceptiva, hacer silencio de nuestras filias y fobias, y permitir que la realidad se vaya manifestando desde ella misma en toda su complejidad y sólo entonces la veremos como es desde sí, sin exaltaciones ni descalificaciones personales, aunque veamos procederes que quitan vida y humanidad y otros que dan vida y humanizan. Todo horizonte tiene que basarse en esta percepción de la realidad lo más completa posible. Tenemos que hacer el esfuerzo de percibirla así. No podemos ahorrarnos este esfuerzo. Discernimiento de la situación Desde esta percepción viene su discernimiento: ¿qué en ella, en su variedad irreductible, es buen conductor de vida y humanidad y qué, de un modo u otro, quita vida y humanidad? En este discernimiento tenemos que tener en cuenta que no podemos desechar a nadie, aunque sus acciones nos indignen. Haciendo este ejercicio de discernimiento hallamos que vivimos en una situación de pecado por la convergencia de tres variables estructurales: la primera es la falta de elementos esenciales para vivir: comida, medicinas, seguridad básica. La consecuencia es que la vida está en peligro por inanición, por enfermedades de pobres y falta de asistencia médica y a causa de la violencia que acecha por todas partes. Esto provoca angustia. Este peligro de muerte configura una situación por la desatención a las causas que lo originan y por la impunidad. Esto provoca a la vez desánimo e indignación. La segunda variable es la falta de trabajo productivo con la consiguiente falta de producción y la imposibilidad de importarlo todo. La falta de trabajo productivo tiene dos efectos, uno, el más vivible, que no hay productos esenciales; el otro, que afecta directamente a la calidad humana de las personas, que se las priva de una fuente fundamental de humanización, ya que el trabajo valoriza a la persona, además de que la abre a las demás y la hace socialmente útil. La falta de trabajo productivo configura una situación porque Chávez dictaminó que el socialismo del siglo XXI era rentista porque la renta petrolera daba para que tendencialmente no hiciera falta explotar a nadie y el problema consistía en la redistribución. No cayó en cuenta no sólo de que la renta no da para todos sino, sobre todo, de que los rentistas no son personas adultas y responsables. La tercera variable es la opacidad del Estado que no sólo torna no democrático al Estado, ya que la primera característica de la democracia es la responsabilidad del Estado ante los ciudadanos y más específicamente ante los usuarios, sino que propicia la ineficiencia ya que la actitud rentista lleva a desviar el desempeño de los funcionarios de sus funciones específicas a labores de apoyo al gobierno, y además es el caldo de cultivo de la corrupción porque se sabe que nada se va a saber y que todo va a quedar impune. Y, en efecto, el gobierno y más generalmente el Estado casi no funciona y casi todo ha quedado impune. Y por ambas razones nada se remedia. Por quiénes pasa Dios creando vida y humanidad Sin embargo, aunque una situación de pecado empuja al mal y hace muy difícil cultivar la vida y el bien, no determina ningún comportamiento. Muchas personas, pensamos que la mayoría, no participan de esta situación de pecado, configurándola o aprovechándose de ella, sino que la sufren. Por eso después de haber caracterizado estructuralmente la situación, tenemos que preguntarnos por dónde pasa Dios victoriosamente en nuestro país. Dios quiere pasar por todos, pero siempre cuenta con nuestra libertad. Por eso la pregunta es por los que permiten que Dios obre por ellos creando vida y humanidad, a pesar de vivir a contracorriente. Contestar a esta pregunta es decisivo porque, si no tenemos nada positivo, no es razonable hablar de esperanza. Por eso los que no hacen sino maldecir de la situación acaban formando parte de ella porque viven en ella, aunque sea maldiciéndola. Nosotros respondemos que Dios pasa por los que en situaciones dificilísimas conservan su dignidad y la actúan. Dios pasa por los que viven alternativamente ya. Dios pasa por aquellos de la clase media asalariada que se ha proletarizado y por aquellos de la clase popular que se ha pauperizado y que, a pesar de sobrevivir a duras penas, dan lo mejor de sí en su trabajo porque saben que el servicio que prestan es mucho más necesario que en una situación de normalidad. Dios pasa por los productores, pequeños, medianos y grandes que, faltando insumos y estímulos, producen más y mejor porque son conscientes de que los bienes y servicios que producen escasean y son necesarios. Dios pasa por los que han aprovechado espacios para salir de su mundo de privilegio y experimentar la realidad de los pobres y desde ella desnaturalizan su procedencia y optan por una vida solidaria. Dios pasa por los que denuncian esta situación como de pecado y además proponen alternativas superadoras. Dios pasa por los que promueven un gobierno de concertación nacional que saque el país adelante. De esta lista sumarísima podemos concluir que Dios pasa por muchísima gente en nuestro país, de tal manera que estas personas que reman tan arduamente a contracorriente se han humanizado muchísimo más que si viviéramos en una situación normal, en la que no habrían necesitado dar lo mejor de sí y superarse a sí mismas. Ellas son los cimientos para una alternativa superadora. Nos hace mucho bien mirarlas y es una gracia muy grande contarlas en nuestro grupo de referencia, y todavía más, pertenecer a ellas. Horizonte básico alternativo y acuerdo en que converjamos todos Queremos tematizar la importancia que tiene un gobierno de concertación nacional o al menos un gran acuerdo, un horizonte básico alternativo que se comprometan a respetar todas las partes. La razón de fondo es que, como hemos comenzado diciendo, en el país no sobra nadie. Pero una razón, que podemos llamar de realismo craso, es que así como el gobierno actual no está gobernando porque está dedicando casi todas su energías en combatir a los que considera sus enemigos, así, si hay referendo revocatorio y lo gana la oposición y si hay elecciones y también las gana, va a tener que emplear muchísimas energías en combatir a los chavistas en la oposición. Si no hay acuerdos básicos pactados por todos y que todos respeten, no vamos a salir del hoyo. Por tanto ese horizonte alternativo, que tiene que ser una superación dialéctica de las fuerzas en liza, en el sentido preciso de que tiene que incluir sus positividades y negar sus negatividades, tiene que ser también el gran acuerdo en que convengan todos. Éstos serían los puntos básicos para una agenda de diálogo para la concertación: Democracia representativa y responsable (no democracia directa ni predominio de la participación sobre la representación, pero sí representación auténtica) Descentralización participativa (no descentralización para que manden los poderes fácticos locales) Reinstitucionalización, meritocracia en todas la áreas del Estado, oposiciones y carrera administrativa en base al desempeño (no dar cargos como modo de premiar a sus militantes) Separación efectiva de poderes, con jueces y miembros del Consejo Nacional Electoral independientes, íntegros y capaces (no repartirse los cargos según la proporción de votos obtenidos) Educación, salud y seguridad social a la altura del tiempo (no educación ideologizada y partidizada, ni salud atomizada en misiones, ni seguridad social como premio a los suyos); Fin de la impunidad (no policías y jueces empleados partidísticamente sino altamente profesionalizados y moralizados) Apoyo a la empresa privada productiva con función social (no guerra a la empresa privada ni apoyo a las empresas gobiernistas; ni tampoco libre empresa ocupada sólo en optimizar sus ganancias sino con responsabilidad social, que no equivale a propaganda corporativa) Empresas básicas del Estado, con productividad (no del gobierno ni como modo de clientelismo, pero tampoco privatizadas) Unificación cambiaria al cambio real (de manera que no se favorezca a la empresa privada sino que haya competitividad, ni al gobierno a quien le entran la mayor parte de la divisas) Colocar en el centro al pueblo como sujeto consciente, en vías de capacitación continua y organizado (no hacerlo todo en nombre del pueblo utilizándolo partidísticamente y en el fondo como cliente ni, por otro lado, tratarlo como mero ciudadano: discriminación positiva para contrarrestar la discriminación negativa) Éstas serían a nuestro modo de entender las actitudes básicas y los elementos mínimos de un horizonte superador realmente alternativo.